Luis Bárcenas Gutiérrez es un
tipo misterioso, tan discreto y oscuro que hasta hace
un año apenas existía. En su pueblo natal, Calañas
(Huelva), no saben nada de él. En Cantabria, la región
por la cual ha sido senador durante seis años, apenas
le han visto un par de veces. En la Cámara Alta, jamás
ha intervenido, pocos recuerdan habérselo encontrado
por los pasillos y las actas sólo registran su
presencia habitual en las votaciones. El nombre de
Luis Bárcenas Gutiérrez sólo era conocido -y temido-
en los intestinos del Partido Popular, cuyas cuentas
manejaba desde hacía treinta años.
Pero, cuando estalló el caso
Gürtel, periódicos y televisiones fueron ajustando el
foco sobre el tesorero del PP, a quien el cabecilla de
la trama, Francisco Correa, supuestamente aludía en
sus anotaciones como 'L.B.', 'L. Barc.' o 'Luis el
Cabrón'. De pronto, Bárcenas tuvo que salir de su
cómoda penumbra y se encontró dolorosamente expuesto a
la luz pública, increpado por adversarios externos e
internos que pedían a gritos su cese y asediado por
una investigación cada vez más minuciosa, que no
encontraba explicaciones legales para su abultado
patrimonio. Como si protagonizara una novela de
suspense, fue dimitiendo por capítulos: el 28 de julio
de 2009, renunció «de manera temporal» a su cargo de
tesorero; el 8 de abril de 2010, decidió darse de baja
en el Partido Popular; y el 19 de abril de 2010, al
ver que la tormenta se recrudecía, abandonó el escaño,
recogió sus papeles y se retiró «para siempre» de la
vida política.
Asfixiado por las pruebas,
acorralado por la Justicia y perseguido por la prensa,
Luis Bárcenas seguramente buscará oxígeno en la
montaña. Ya lo hizo durante la primera instrucción del
caso Gürtel, cuando empezaban a llover flechas sobre
su cabeza. Un día, el todavía tesorero del PP salió de
Madrid, cogió el coche, enfiló hacia los Pirineos,
subió el Pico Aneto (3.404 metros) y lo bajó
esquiando. Su pasión por el alpinismo contrasta con su
imagen madrileña. Devoto de los trajes de corte
clásico, su silueta de dandi trasnochado, siempre
impoluto, sin una arruga, con el pelo bañado en
gomina, generaba incluso suspicacias entre algunos
compañeros de juventud, que lo veían como la
quintaesencia del pijo madrileño. Sin embargo, quizá
eso le ayudara a ganarse la confianza de los grandes
veteranos del partido, que pronto cayeron enamorados
de su seriedad, de su rigor y de su discreción. Así
comenzó, a los 26 años, la fulgurante, aunque
'secreta', carrera política de Luis Bárcenas
Gutiérrez.
El primer renglón de la
biografía oficial de Luis Bárcenas se escribió el 22
de agosto de 1956 en Calañas, Huelva: un pueblo de
5.000 habitantes, enclavado en la comarca minera del
Andévalo, en las estribaciones de Sierra Morena, a
unos 60 kilómetros de la capital. «Dicen que nació
aquí, pero nadie lo conoce. Ni a él ni a su familia»,
aseguran a V varios vecinos del lugar.
Estudió Ciencias Empresariales
en la Universidad Pontificia de Comillas (Icade) de
Madrid, donde trabó amistad con Luis Fraga
Egusquiaguirre, un bilbaíno algo más joven que él,
sobrino del expresidente de la Xunta de Galicia y
también alpinista. Con Fraga compartió desde entonces
clases, aventuras políticas, lecturas (ambos
disfrutaban con Joseph Conrad y Jack London) y, sobre
todo, montaña. Mucha montaña. Los dos amigos no se
contentaban con ir de excursión los fines de semana
por la sierra madrileña; ellos buscaban la adrenalina
de la pared vertical, el reto de las cordilleras
escarpadas y la intensa emoción de conquistar una
cumbre esquiva.
Con la
bandera en la cumbre
En 1987, Fraga y Bárcenas
organizaron, con el apoyo de las Cajas de Ahorro
Confederadas, una expedición que trataba de abrir una
nueva vía en el Everest. Incluso pensaron en llevar
consigo un parapente para descender planeando desde la
cima del mundo. Finalmente, formaron un valioso grupo
de alpinistas con el que subieron al coloso, sin
oxígeno, por la vertiente norte. Nació así la vía
española de acceso a la cumbre. A su regreso, se creó
cierto revuelo, porque hubo quien dudó del éxito de la
aventura, pero, como asegura en su blog el histórico
montañero César Pérez de Tudela, «la ruta, paralela a
la japonesa, era indiscutible».
Cuando Luis Bárcenas plantó la
bandera española en la cumbre del Everest, llevaba ya
cinco años trabajando para la entonces Alianza
Popular. Se había incorporado al partido en 1982 y
pronto se ganó la estima del entonces tesorero, Ángel
Sanchís, que lo convirtió en gerente. Bárcenas ha
vigilado las cuentas del partido con Manuel Fraga,
Antonio Hernández-Mancha, José María Aznar y Mariano
Rajoy, aunque él siempre ha defendido que su perfil
era más «profesional» que político. Tal vez por eso
salió indemne del 'caso Naseiro', el primer problema
interno con el que tuvo que lidiar José María Aznar.
Aunque finalmente, y por un defecto en la instrucción
del caso, el Supremo archivó el expediente, la
investigación, basada en unas escuchas telefónicas, se
llevó por delante a Rosendo Naseiro, entonces tesorero
del PP, y a su antecesor, Ángel Sanchís. Para poner
orden en las cuentas, Aznar, que acababa de coger las
riendas del partido, recurrió a un dirigente
histórico, Álvaro Lapuerta (Madrid, 1927), que recibió
las llaves de la caja fuerte y redobló la confianza en
aquel joven alpinista tan discreto y efectivo. «Sólo
tengo palabras buenas para él -afirma Lapuerta-. Era
el mejor. No sólo tenía una gran preparación, sino que
era muy riguroso. En su vida privada no sé, pero en su
relación con el partido fue completamente honesto».
Entre el debe y el haber, Luis
Bárcenas tuvo tiempo para casarse con Rosalía Iglesias
Villar (de quien sólo consta su afición por las
antigüedades) y para criar dos hijos. También siguió
embarcándose en nuevas expediciones con su amigo Luis
Fraga, ahora senador por Cuenca. Ascendieron el Monte
Olimpo, en Grecia (2.917 m.), y el Elbrus, la cima del
Cáucaso (5.642 m.), que de nuevo bajaron esquiando.
Bárcenas incluso escaló en solitario el Mont Blanc
(4.810 m.), durmiendo en los refugios de la vertiente
francesa. Tan pronto se lanzaba en parapente como
trepaba por una pared de hielo. Le apasiona el 'heliski':
un deporte extremo que consiste en subir con
helicóptero a una cima y lanzarse desde allá con los
esquíes. Cuando sus obligaciones lo retenían en
Madrid, acudía regularmente a un gimnasio. «Luis es un
hombre serio que sabe concebir muy bien sus
actividades de montaña. Es un buen esquiador y un
alpinista impecable», valora César Pérez de Tudela. De
apetito frugal, le gusta tomar una copa de vino
(preferiblemente de Rioja) en las comidas. Sus
colaboradores le definen como un hombre paciente, que
jamás pierde los estribos, pero duro en las
negociaciones y escrupuloso a la hora de cuadrar las
cuentas.
Heredó la tesorería del Partido
Popular en 2008, cuando Álvaro Lapuerta decidió
jubilarse. Para entonces ya ocupaba un escaño en la
Cámara Alta por Cantabria, región con la que no
mantiene ningún vínculo personal y por la que no
aparece salvo en campaña, pero en la que encontró
acomodo electoral gracias a su amistad con Francisco
Álvarez Cascos.
Ahora, Luis Bárcenas Gutiérrez
ya no es nada. Sólo un expolítico con mucho
patrimonio, imputado en el caso Gürtel, y un alpinista
entusiasta que añora los viejos tiempos. Aquellos en
los que era un tipo oscuro, tan discreto que apenas
existía.